lunes, 3 de mayo de 2010

Tertulias en Taichung II


La noche no tiene paredes, J. M. Caballero Bonald, Seix Barral, Barcelona, 2009.
  1. La poesía es el espacio de la reflexión, tan alejada ésta -en profundidad- de los problemas cotidianos. Aquí en Taiwán, tan vívidos, tan presentes, tan carnales, tan alimenticios.
  2. La poesía nos ofrece la posibilidad de parar el tiempo para meditar.
  3. La poesía es el mundo de la belleza, en sí mismo. El territorio de la palabra, del idioma, de lo que somos. Del tuétano que no podemos arrancarnos.
  4. La poesía de J. M. Caballero Bonald me remite -transporta- al mundo mítico de mi tierra: Andalucía. Él pertenece a otra Andalucía, la Atlántica, más cosmopolita -tal vez-, abierta desde antiguo al nuevo mundo, a nuevos mundos, a la modernidad. Yo, lector de La noche no tiene paredes, lo hago desde mi Andalucía interior, aquella que quedó encerrada hacia lo mítico mediterráneo, desde lo íbero, que algo le tocó de Grecia, que vivió la plenitud de Roma, y que se ahogó bajo la estética de El Califato.
  5. De su poesía emana como que hubiera que luchar, en todo momento, contra un mundo habitado por enemigos, aquellos que obedecen a las leyes creadas por el afán y la inercia de perdurar, y que consiguen castrar la libertad.
  6. Entonces, ante ello, hay que autoafirmarse y (luchar) mostrarse, ganar la pelea que defiende que seamos reconocidos, que podamos tener vida en la globalidad diseñada para el éxito. ¿Y qué es eso del éxito?
  7. J. M. Caballero Bonald vivió en la España franquista. Tan alicorta de vida, tan inspiradora de rebeldías. Como la suya y la de muchos. Que tuvieron la valentía de enfrentarse a los que no dejaban pensar (como ahora lo hace el proceso de aceptación de las tareas) que habían ganado ese derecho.
  8. Nosotros nos las vemos con otras previsiones de futuro. Y necesitamos de nuevas sublevaciones. Disponerlas. Urge…
  9. Destaquemos versos que señalan la hondura que fluye de los orígenes sureños:
               (…)
La vibración de un vaho fluyendo desde dentro,
la gran verdad en fulgurantes moratorias,
y ese letargo oblicuo, esa porosa dejadez
que iba rompiendo a tientas las ataduras de la
plenitud.

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