domingo, 16 de mayo de 2010

La tradición y la modernidad

Hace unos años cuando leí la novela de Junichiro Tanizaki (1886-1965) Hay quien prefiere las ortigas (1928) quedé verdaderamente prendado de la modernidad y fuerza de su escritura, pero al mismo tiempo pensé que representaba a un país mucho más moderno de lo que creía, perfectamente instalado en la contemporaneidad. El asunto y su tratamiento (pura sutileza) así lo indicaban: el tema de la relación de pareja en el matrimonio y la posible salida del divorcio. Nada que ver con una sociedad apegada a perpetuarse e impedir la evolución. Esto visto desde la literatura.
Aparte el estilo de Tanizaki. Nada que envidiar a autores occidentales del siglo XX. Me recuerda un poco a Stefan Sweig (Veinticuatro horas de la vida de una mujer, 1929) y a Arthur Schnitzler (La señorita Else, 1924), en la primacía del relato, del orden, del entretenimiento, de la profundidad y de las sugerencias. No digamos del prodigioso campo del erotismo. Y de la mirada hacia el ayer y el porvenir.
Después leí La llave y El cortador de cañas. Antes Elogio de la sombra, tan celebrado. Ahora acabo de terminar El puente de los sueños, junto a otros cuentos (El tatuador, Terror, El ladrón, Aguri). Todos ellos de fantástica factura, de precisión meditada, con historias que parecen darle sentido a la vida y redescubrir el hecho de contar. Ajuste y firmeza. Plenitud y grandeza. Interminable la lista de términos que podrían utilizarse para definir el clasicismo que respiran los relatos de Tanizaki.
El puente de los sueños (1934) puede que sirva de introducción al Japón histórico, con todo el significado de una educación destinada a la felicidad del lazo familiar que, al mismo tiempo, encadena a las rémoras y produce la falta de independencia, porque sus personajes forman parte de un destino común que se sucede de padres a hijos, que separa y une, según el dictado del presente, sin sucesión de continuidad implicado en el pasado y vislumbre del futuro.
La lectura de la narrativa de Tanizaki nos aporta multiformes posibilidades que el vivir ofrece y la inteligencia brinda, con cadencias y regustos, entre infinitas diversidades y tráfagos humanos. El impulso vital está ahí y se alimenta del deseo de vitalidad, del saber de los otros, del conocer desde los demás. Si bien, pensamos, sólo válido, si se hace desde el plano y acabado artístico propuesto por este inconmensurable literato, nacido en un país que también dio a Kawabata y a Mishima.

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