viernes, 11 de diciembre de 2009

Civilización y toros.

Un tema apasionante, por polémico, para el mundo de hoy, en un momento histórico en el que parece no puede admitirse ningún primitivismo en el ideario de la vida social. Tendríamos que comenzar a preguntarnos por qué ese gusto e inclinación por el juego con el toro, desde siempre, en la cultura hispánica, ibérica, y su razón de ser en el marco de su finalidad oferente y rogativa, expiatoria. Una costumbre atávica transformada a lo largo del tiempo desde su inicial carácter sagrado, cuando el rito de la muerte, con el sacrificio del animal (el toro) a los dioses, le daba una esencia mágica y religiosa; y que pasó a ser en la era cristiana un sacrificio cruento en espectáculo público, popular, protagonizado por toda la comunidad, en tumulto, donde los hombres más arrojados y hábiles querían conseguir el dominio sobre los astados (corridos en lugares públicos -corridas de toros-) mediante técnicas e invenciones libres, sin impedimentos ni reglas, a veces, sin una culminación del rito.
Será en plena edad media (siglo XIII), cuando la fiesta de los toros, su celebración, fue asumida por las clases dirigentes, como espectáculo reglamentado y propagandístico, para gozo social educativo, al ser teatralizada en realce de determinados eventos cortesanos, políticos o religiosos, en el llamado toreo caballeresco, vertiente taurómaca que vivió (hasta finales del siglo XVII), a la par, con su otra faz, la enraizada en su primigenia versión comunitaria o popular. Cuya originaria variante se presentará en sociedad, al final de la edad moderna (siglo XVIII), como espectáculo de masas, plenamente renovado, recuperado, retenido, por el pueblo, en el denominado toreo de a pie, o tauromaquia de a pie, la más acabada escenificación de la fiesta de los toros, la que mayor intensidad emocional le ha aportado en el tiempo. Entrados en él, su codificación y sus tecnicismos, vibraron, en textos, en imaginario, en heroicidades, en acaparación informativa, en influencia social, en placeres; alrededor del Dios Toro, que, de manera paralela, fue limando su bravura, su fiereza, su acometividad, su logo, sin lograr desaparecer del todo.
La llamada corrida de toros moderna, ha vivido sujeta y vive apegada (sobreviviente en el siglo XXI) a una continuada evolución de formas, gustos, técnicas y modos, mezclando lo mercantil con lo simbólico, enfrentados los intereses de los profesionales: empresarios, toreros, o ganaderos, con las exigencias del público, antes pueblo, otrora protagonista en la arena, y ahora, espectador pasivo o aficionado sentido, éste, por minoritario, por ausente. La fiesta de los toros, conviviendo con los cambios sociales del mundo contemporáneo, se ha visto en la tesitura de sobreponerse y adaptarse, de superar las diatribas sobre su existencia, en pos de su desaparición, por ser una rémora incómoda del pasado, al mostrarse en ella señales no cambiantes de la cruel condición humana, que tienen su validez, en su ejemplo, perpetuo, de que la esencia del hombre no transmuta. Por ser, la corrida de toros, eterna metáfora, que representa en el ruedo la obligada superación a la que está sometido el hombre, para continuar siendo especie, en lucha contra la Naturaleza que tiende a igualarlo con la nada: el aire, el agua, el fuego y la tierra; cuando nosotros somos espíritu.
Todo esto puede sugerir la lectura de Metafísica taurina, libro de Cecilio Muñoz Fillol, escrito en 1950, cuando España había salido de una Guerra Civil, y el mundo de una Guerra Mundial, con todo lo que ello significaba, en pleno aislamiento y penuria. Cuando el mundo de los toros entró en nueva fase, más lisonjera, más llevadera, más comercial, camino de lo que hoy es. Metafísica taurina es una obra de su tiempo. Con todas las contradicciones que eso comporta. Que nos exige para entenderla entrar en la historia pequeña, en el detalle, sin lo cual no se comprende la historia mayor.